Pedro Díaz Bravo

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QUÉ SERÍA DEL BARRIO EL MORRO SIN DON PEDRO DÍAZ BRAVO 

Hablar de Pedro Díaz Bravo, es hablar de historia pura y genuina de El Morro. Tiene anécdotas y recuerdos para contar, fácilmente, todo un día y posiblemente para el siguiente. Y es que la carta de presentación de Perucho lo dice todo: junto a sus hermanos, eran los conocidos Cabezones Díaz, uno de los inventores de la tradicional travesía náutica, destacado deportista del Unión Morro y un reconocido héroe barrial, este último título, se lo ganó luego de salvar a cinco muchachos de morir ahogados en Bellavista. En pocas palabras, un verdadero guardián del patrimonio del barrio.

Aun así, Díaz Bravo de 77 años, se sincera cada vez que le preguntan si es verdaderamente morrino, respondiendo que “morrino, morrino, no es”, porque llegó a los seis años a vivir en Pedro Lagos 1041, pero asegura que desde el primer día que pisó las calles de tierra del barrio, estuvo metido en el agua, mariscando en la costa y representando al club en cuanta competencia hubiera de fútbol o natación. 

La memoria gráfica de Perucho es un gran aliado a la hora de hablar sobre el pasado del histórico barrio, logrando transportar a quien lo escucha, a la vida en una ciudad del pasado, difícil de imaginar y dimensionar para las nuevas generaciones de iquiqueños.

“El Morro era un barrio bien humilde, gente muy buena, calles de tierra, veredas de tabla, pero éramos felices, teníamos espacio para jugar, porque todo ese sector donde está la intendencia ahora, ese era un peladero donde llegaban los circos y cuando no estaban los circos, ese era el estadio que teníamos para ir a jugar futbol, beisbol, ahí nos entreteníamos”, relata el ex deportista. 

Por esos años, dicen los más antiguos, había tiempo y cosas para hacer de sobra. Pero jugar a las guerrillas afuera de la Compañía de Alumbrados, era para Díaz, sin dudas, un evento al que ningún niño se podía resistir. Aquí se enfrentaban las pandillas del mismo Perucho con sus hermanos, la del Pocholo y la de los Buccioni, en un duelo que era hasta el final. 

“En ese tiempo había tres pandillas, pero éramos cabros sanos, no como las pandillas de ahora que asaltan. Pocholo, que vivía en los baños Bellavista tenía una, los Buccioni que vivían en calle Wilson tenían otra y yo, que vivía en Pedro Lagos, tenía otra. Estando en la Escuela N°3, nos desafiábamos para saber cuál era la pandilla más encachada y nos citábamos atrás del alumbrado, allá íbamos a pelear, hacíamos guerrillas con piedras y el que tenía más heridos, perdía”. Cuenta.

“Terminaba la guerrilla, contabilizábamos a los heridos, sabíamos quién había ganado, quién había perdido y después nos íbamos conversando calmadamente al barrio, no había rencor, porque era una entretención, una cosa de niños”, agrega, haciendo memoria de cómo ardían esas heridas de guerra en la cabeza cuando los peinaban con limón para ir a la escuela. 

La historia de la travesía 

Ya más crecido, Pedro Díaz, como todo morrino de cepa, se volvió un buen nadador; por su forma de disfrutar en las ola y en las corrientes de Bellavista, junto a los demás lolos del barrio, nadie podía creer que no hubiera nacido aquí. 

Como todo cabro joven que creció en la playa, el aburrimiento llega pronto cuando no hay algo entretenido o desafiante que hacer, más aún en las calurosas tardes de verano. Por eso, en un flechazo de creatividad, que solo a un morrino le pudo haber llegado, a Perucho y sus compadres se les ocurrió comenzar a nadar cada vez más lejos, tanto fue el entusiasmo, que un día terminaron llegando hasta Cavancha. Así comenzó una de las competencias más importantes y tradicionales del barrio: La travesía náutica, que desde 1981, hasta la actualidad, sigue atrayendo a cientos de nadadores locales y de todo el país. 

“Un día, Pateconejo, nos dijo que por qué no íbamos a Cavancha, nosotros le dijimos que para qué íbamos a ir para allá si nosotros teníamos mejores playas, y el respondió que nos fuéramos nadando de El Morro a Cavancha, y ya esa travesía era larga y la hicimos. Después sin tomar consecuencia que teníamos que venirnos caminando a pies pelado al Morro, entonces eso se volvió una costumbre y después aparecen estos muchachos que comenzaron a organizarla”, revela Pedro. 

Travesía de más de 2.600 kilómetros a mar abierto, de la que, como muy pocos, Perucho tuvo la dicha de volver a ser parte, pero ya con 40 años. Uno de sus hermanos lo inscribió sin que supiera, según relata, tenían fe que, a este buso mariscador del Morro, le iría bien, más que mal, estaba en su hábitat, haciendo lo que siempre le apasionó. 

“Un día, mi hermano Carlos, el que falleció, le dice al Freddy Vergara que estaba organizando esto, que por qué no se inscribe a Perucho, yo sin saber y después me dicen ´Perucho te inscribimos en la travesía, nosotros somos que tú eres capaz de hacerlo porque tú la hacías joven´, pero yo tenía 40 años. No iba por un afán de ganar un premio, los Ahumada, los Belmar, venían de ser campeones de Chile en natación, yo no iba a competir con ellos, solo quería saber si era capaz de hacer el cruce de Cavancha al Morro a los 40”, dice Pedro Díaz, quién a pesar de ser el más viejo de los competidores, llegó en el puesto 10 de 42 competidores. Nada mal para el veterano. 

Héroe del barrio

 Era un día de enero en Bellavista y cinco jóvenes jugaban con una cámara en los baños, sin saber que la mar se pondría brava. Al ver que no podían salir, producto del oleaje y que había algunos que estaban sumergidos y otros pidiendo ayuda, Pedro, aprovechando sus habilidades de buen nadador, se lanzó sin pensarlo al mar a salvarlos. 

“El chato Pedro Faundez Jr. Que ya falleció, también el otro muchacho el Cuyi Cuyi, yo los tuve que bucear, los saqué y los dejé en la cámara porque estaban jugando con una, después los rescató la lanza patrullera cuando vi ya no me la podía. El mar no me dejaba salir con los niños, ni tampoco dejaba entrar a los que trataban de ayudarme. Según dicen, la mar tiene ojos y cuando se quiere comer a alguno hace lo imposible para que no lo saquen, pero menos mal que yo tuve la dicha de salvar a esos cinco muchachos”, recuerda Perucho. 

Tuvo que ser una lancha patrullera de los marinos la que tuvo que auxiliar a Díaz, quien una vez fuera del agua, fue recibido por una gran muchedumbre de bañistas y vecinos que llegaron al muelle de pasajeros para ver el estado de los rescatados. En ese momento y luego de tamaña hazaña, Pedro fue reconocido y aclamado por todo el barrio como un héroe. 

Historias como estas y muchas más, sobre la grandeza de El Morro y su gente, son las que atesora Perucho en su corazón de morrino. Memorias que no se le olvidan, aunque pasen los años y el barrio siga alejándose de lo que era antes, porque para él, su misión, es mantenerlas vivas y con ellas todo lo lindo que se vivió en este entrañable sector de la ciudad.

“MEMORIAS MORRINAS ES UN PROYECTO FINANCIADO POR EL MINISTERIO DE LAS CULTURAS, LAS ARTES Y EL PATRIMONIO”