La resistencia de los Hermanos Miranda
Quien no conoce o no ha oído hablar de los Miranda, Adriana del Carmen Miranda Medina, conocida como la Tía Carmen o su hermano Daniel Miranda Medina, el famoso “Indio Huiro”, es porque definitivamente no se ha adentrado lo suficiente en la historia barrial y deportiva del barrio El Morro.
Con su casa de techo alto, de inconfundible arquitectura iquiqueña, ubicada en calle Covadonga, entre Grumete Bolados y Wilson, podría decirse que son uno de los últimos bastiones de morrinos de tomo y lomo que siguen habitando el barrio y manteniéndose firmes y hasta el final con sus tradiciones.
Son de esos vecinos que, aunque la cosa esté mala en la calle, siguen dejando la puerta de su casa abierta, así como lo hacían sus padres y ellos, hace más de 60 años, cuando el barrio era el hogar de un gran familión de obreros y pescadores, changos modernos buenos para la pelota y el básquetbol.
Pero es que para que tu chapa sea “Indio Huiro” es porque tienes que ser casi un anfibio, algo así dice ser Daniel Medina, uno que aprendió a nadar a la manera de los morrinos más viejos, gualetiando ahí adentro en las corrientes de la Bellavista.
“El deporte que había antiguamente acá era natación y waterpolo y en esos años mi taita era waterpolista, ya jugaba por el morro y cuando los viejos nos enseñaron a nadar, nosotros en la playa nos bañábamos calatos, nos pescaban, nos echaban en la espalda y nos llevaban para afuera y allá nos tiraban como una pelota ¡pum! y salíamos como a tres metros y ahí gualetiando, gualetiando, cuando ya veían los viejos que estábamos cansados, nos traían a la orilla”, cuenta el Indio.
“Después nos llevaban a la piscina Godoy, como era una piscina principiábamos en la piscina chica, nadábamos para todos lados. A mi padre le pusieron el Indio Huiro, él era arquero de waterpolo y a mi colocaron el Indio Huiro chico”, revela el ex jugador de fútbol, básquetbol y waterpolo.
Al preguntarle por qué en este barrio se practicaba tanto deporte, Daniel no logró encontrar una respuesta al por qué de esta fama, pero fue claro en afirmar que es algo que se practica desde las generaciones más antiguas del Morro, dice que, así como su papá fue deportista, quizás también su abuelo y bisabuelo. “Eso es lo que no sabemos, porque los viejos jugaban. Acá en el Morro había hasta box y a nosotros nos hacían jugar a la pelota en la calle, a las ocho, a las nueve de la noche”.
“Los Viejos”, parecieran pieza fundamental en la estructura barrial de esos años en Iquique, así lo recuerda el Indio Huiro, caballeros merecedores, por regla, de respeto y cuidado por parte de los más jóvenes.
“A nosotros siempre, siempre, siempre nos decían los viejos cuando se colocaban a tomar y nosotros íbamos, que teníamos que ser respetuosos y ayudar al viejo. Cuando ellos andaban curaos teníamos que llevarlos a la casa, así que eso era lo que hacíamos nosotros, como vivían acá en el barrio no les pasó nunca nada. En esos tiempos nos daban un 20, una chaucha, 20 centavos y nosotros quedábamos más contentos, fuimos así, unidos”, recuerda añorando Daniel.
Mientras el Indio Huiro nos cuenta sobre sus travesuras, de los años dorados del waterpolo y de cómo a sus 82 años ha logrado burlar tres veces a la muerte, su hermana Adriana asiente en todo momento con su cabeza, a modo de decirnos que todo lo que dice es la pura y santa verdad. Ella al igual que los últimos morrinos, sigue habitando el barrio de su niñez y se apena con la muerte de cada vecino, no es para menos, es uno menos de los pocos que van quedando.
“Cuando nosotros vivíamos acá, eran puras casitas viejas, todas, todas eran viejas, no como ahora, antes había un cité antiguo donde ahora están los departamentos, pero prácticamente era un barrio así de puras casitas en la que uno podía pasar de una hacia la otra, éramos todos vecinos, éramos todos como una familia. Yo nací en un conventillo donde, ahí al frente de los carabineros”, nos comenta señalando calle Freddy Taberna con una magnífica memoria fotográfica.
“Era una vida muy buena, porque nunca nadie se peleaba, siempre todos unidos, uno iba almorzar a la casa de al lado, después a otra, éramos todos como una familia”, acota.
Pero las noticias de morrinos antiguos que fallecen se vuelven cada vez más comunes en el barrio, amigos de juegos, de chaya, de piqueros en la playa, que se llevan con ellos un pedazo de la enorme historia del Morro. Adriana lo lamenta porque ya no son muchos los oriundos. “Cuando murió la Sandra me dio mucha, mucha pena, porque nosotros nos criamos juntos con ella, entonces lo lamenté mucho con lo que le pasó, yo la acompañé hasta que falleció. Es que queda muy poca gente, muy pocos morrinos”.
Aún así una de las tantas formas que tiene Adriana de mantener con vida al barrio y sus tradiciones es preparando los mismos platos que comía cuando niña, recetas que han ido pasando de generación en generación y que ahora último le han dado hasta fama en otras ciudades del país. Picantes de mariscos, ceviches, caldillos, platos que algunas formaron parte de la privilegiada dieta de los más antiguos, por lo general, hijos e hijas de pescadores y que esta mujer de 75 años transmite a través del sazón.
“He tenido ceviche, picante de locos, preparo el caldillo de congrio, ahí tengo mi cartel. Mantengo la tradición porque todos vienen para acá, saben que acá se come como morrino y harto, aparte que está todo fresco, el mono fresco, albacora fresca para el escabechado. Mi mamá tuvo 10 hijos y a todos nos crió con mariscos, nunca nos faltó nada gracias a Dios”, afirma orgullosa Adriana seguida por el Indio Huiro.
“MEMORIAS MORRINAS ES UN PROYECTO FINANCIADO POR EL MINISTERIO DE LAS CULTURAS, LAS ARTES Y EL PATRIMONIO”